Mariano Navarro es un historietista de Villa Ballester que trabajó en el comic inspirado en el ídolo del catch. "La gente piensa que, si lees historietas, sos un salame", se queja.
Quienes estén familiarizados con los capítulos de Los Simpsons, sabrán que, en Springfield, el vendedor de comics es un tipo obeso de más de 40 años, con una vida social absolutamente nula, que pasa sus días comiendo frente a la computadora. Un verdadero estereotipo de lo que podría llamarse “perdedor”.
Sin embargo, en Villa Ballester, Mariano Navarro no se dejó influenciar por ningún estereotipo y, a los 37 años, pudo hacerse una carrera exitosa combinando sus dos pasiones: las historietas y el dibujo.
A pesar de que nunca estudió formalmente su arte, aprendió todo lo que sabe de su propio fanatismo, al revisar una y otra vez sus revistas preferidas. Hizo comics, animación y, en 2008, llegó a trabajar para Image, una de las empresas internacionales más importantes del rubro después de Marvel y DC. “Era una miniserie que se llamaba Descendiente. Trataba sobre una agente secreta, que era parte de un comando de operativos especiales, y a la vez tenía poderes místicos y podía prender fuego cosas. Una mezcla de mutantes con la serie 24”, compara Mariano.
El Caballero Rojo, del catch al comic.
Ahora, junto a su colorista, Hernán Cabrera, dibuja historietas para un sitio de Internet y para Comic.ar, una revista local.
¿Cuándo te diste cuenta de que querías vivir de las historietas?
A los 15 años. Antes me gustaba leer historietas y dibujar, pero nunca lo había asociado con que podía trabajar de eso. Y a esa edad me hizo un clic, cuando vi las historietas argentinas Scorpio. Empecé con un amigo, haciendo historietas para nosotros, y las mostrábamos en el colegio a los compañeros. Después, cuando termine el colegio, un familiar me presentó al editor de la revista “Esto”, que trataba casos policiales. Mi primer trabajo pago fue para publicar ahí reconstrucciones de crímenes.
Bastante morboso…
¡Las cosas que me hicieron ver y dibujar! Nunca tuve que ir a ningún lado, pero sí me mostraban fotos. Era chico, decía que sí a todo. Me tocó dibujar la tragedia de la disco Keivis, y en esa época estaba de moda tirar mujeres debajo del tren para robarles la cartera. Me acuerdo de un viejo que se había muerto, pero la familia lo había dejado acostado en la cama, porque decían que “el abuelito ya se iba a despertar”. No sé cuánto tiempo estuvieron así, hasta que los denunciaron por el mal olor. Lo que me contó el fotógrafo de lo que vio en la casa fue espantoso.
¿Nunca trabajaste en algo que no tuviera que ver con el rubro?
No, en el ’96 visité la convención de historietas de San Diego, la más importante, y cuando volví entré a laburar a una comiquería. También fui traductor de historietas. Por suerte, pude estar siempre adentro de este ámbito. Aunque nunca estuve forrado en plata. Ese fue el precio de hacer lo que me gustaba.
¿Cómo empezaste a dibujar comics a nivel profesional?
En “Esto” trabajaba un redactor que era guionista de las historietas que yo leía a los 15. Por medio de él, conocí a un par de dibujantes y llegué hasta Andrés Accorsi, de la revista “Comiqueando”. Empecé a publicar tapas ahí y a partir de entonces, con el guionista Tony Torres, hicimos El Caballero Rojo.
¿Tenía algo que ver con el Caballero Rojo de Titanes en el Ring?
Sí, era el hijo. El guionista es fanático de Titanes y amigo de todos los luchadores, y hasta peleó en una época como el hijo del Caballero. Entonces, inventamos que había toda una dinastía de Caballeros Rojos desde las Cruzadas, y el de Titanes era uno que se negó a aceptar ese legado y se dedicó al catch. En cambio, el hijo sí lo había aceptado. Era una historieta de superhéroes costumbrista. En Argentina no hubo otras historietas de superhéroes, nunca se encaró en serio. Existe la idea de que no puede haber, porque es algo extranjero. Ese es el esquema que tratamos de romper con El Caballero Rojo.
Versiones femeninas de DareDevil y Hellboy.
¿En Argentina hay un público más chico para los comics que en otros países?
Para empezar, afuera hay toda una industria. Aunque dicen que está en decadencia, tienen una estructura que les permite seguir en pie en Estados Unidos y Europa. Acá siempre se tuvo que remar más. Hubo una época que había dónde golpear puertas: las editoriales Columba, Record, o incluso Anteojito. Pero con Menem reventó todo, porque, con el uno a uno, tenías por dos pesos historietas originales de Estados Unidos a color, compitiendo con las de acá, en blanco y negro, que las hacía uno mismo. Cada vez era más caro imprimir acá y las editoriales se volcaron a otra cosa. Se olvidaron lo que es publicar historietas. Las que hay, son emprendimientos independientes.
Con la computadora y la PlayStation, ¿los chicos ya no leen historietas?
Cuesta bastante. Para que lea mi hijo, de nueve años, hay que hacer un esfuerzo bárbaro. Le encanta ver las historietas, pero para leerlas… le tiene que encantar. Y eso que en mi casa tiene de todo para leer, porque es un caso atípico. Para el común de los chicos, debe ser el triple de difícil que se pongan a leer algo.
¿Se pueden adaptar las historietas para Internet, o pierden la esencia?
Las que hago ahora son para una página erótica privada, en la que se paga para entrar, como una suscripción. Los contenidos se bajan en formato PDF para leer en la computadora. No sé si es un reemplazo, porque no es lo mismo. Pero es lo que hay, porque ahora no se pueden comprar tantas historietas en papel. No sé si es el futuro de la historieta. Para mí, va a quedar como algo para un grupo selecto, un gueto aparte, no va a poder ser masivo.
Descendiente, miniserie que dibujó para la editorial
¿Se consume mucho el dibujo erótico?
Espero que sí, porque ahora vivo de eso. No sé con qué finalidad, pero siempre hay (se ríe). No sé cómo funciona. Yo tengo cosas de ese estilo, pero porque me gustan los dibujantes. Como Milo Manara o Paolo Serpieri, que llegó a hacer porno con Druuna.
¿Por qué se suele asociar al chico que le gustan las historietas con el “raro”?
En un 20 por ciento, son así (se ríe). Creo que yo estoy en el 80 por ciento restante, habría que preguntarle a la gente que me conoce. No estoy en ese extremo, pero convengamos que tampoco soy un chabón normal. Eso se debe a que la historieta suele atraer a ese tipo de gente. Es un placer que se disfruta solo, no se puede compartir. Entonces, da mucha cabida a gente que tiene dificultades sociales, como tímidos o introvertidos. Te permite ingresar a mundos a los que no tenés acceso, sin que nadie te joda. Vos sos el capo, te sabés todo y no hay nadie que te gane. En los círculos de lectores, hay como una pulseada para ver quién sabe más. La historieta no tiene ningún prejuicio, acepta a cualquiera.
¿Pero hay un prejuicio con respecto a la gente que lee comics?
Lo que pasa es que, a medida que vas creciendo, se reduce la cantidad de dibujos en los libros que lees. Parece que hay un divorcio social entre la palabra y la imagen. Todavía hay gente que, como a los dibujos animados, considera que las historietas son “para chicos”. Con un tono despectivo, como diciendo que es para tontos. Cuando era chico, tenía cierta vergüenza de que me vieran leyendo historietas en el tren. Si sos adolescente, piensan: “¡Uy, mirá al salame este!”. Incluso hoy en día, me ven como diciendo: “¡Mirá el viejo este!, ¿qué hace con eso?" Igual, ya no me importa nada.
Entonces, de chico vos sufriste la mirada de los otros…
De chico me ponía a pensar qué tenía de raro. En la secundaria, era el tonto que miraba dibujos animados, y que por eso no tenía novia. Era por eso, según todo el mundo. No era de salir a bailar, entonces era el salame. Con el tiempo aprendés a vivir con eso, pero hay gente que no, y crea un resentimiento. Ahí tenés estos “raros”, que veo en convenciones o cuando atendía comiquerías. Hay algunos de estos chicos que, si no tuvieran la historieta, no sé dónde encontrarían ese escape.
¿Cuál es “el” superhéroe?
En general, me gustó mucho siempre el Hombre Araña, pero no tengo un personaje preferido. Busco más el guionista o el dibujante que me gustan, y sigo todo lo que hacen.
¿Qué te parecen las películas de superhéroes, que ahora están tan de moda?
Me encanta. Pienso que, si cuando era chico, llegaba a ver esas películas, me moría. Para mi hijo es natural, pero yo le veo otro valor, porque a su edad me parecía imposible. Siempre hubo adaptaciones, pero fueron de pavas a truchas. La dichosa serie de Batman, de los años ’60, instaló en la mente de todos que, para hacer algo relacionado con historietas, hay que hacer payasadas. Hasta hoy hacen chistes con que Batman y Robin son gay. Entonces, las películas nuevas ayudan a quitar esa idea.
¿Respetan la esencia de los personajes?
Para los que estamos adentro del rubro, lo loco es ver cómo se va haciendo de carne y hueso todo lo que leíste, pero también hacerse mala sangre con los actores que eligieron para cada papel. Aunque, en general, están muy bien. El Batman de ahora es el de la historieta, está basado en sus argumentos. El de Tim Burton fue lindo en su momento, porque fue lo primero que se hizo en serio sobre superhéroes. Pero tenía esa locura típica de Burton, que no tenía nada que ver con Batman. Hubo películas que la gente ni se enteró que eran historietas, como Camino a la Perdición.
¿Qué personaje todavía no tuvo película y te gustaría verlo en la pantalla?
Me gustaría mucho que hagan a Linterna Verde. También a La Mujer Maravilla, que hace años que amenazan con llevarla al cine.
Fuente: 24CON
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